viernes, 12 de febrero de 2010

Cine

La vieja afirmación de que el cine presenta dos historias o naturalezas, estamos hablando de antes de la Gran Guerra y después; hoy en día no tendría importancia. El cine es un arte con un origen preciso, si hablamos del siglo XIX, su historia es de la humanidad misma por cuanto ha venido recreando vivencias y experiencias de la especie humana en su afán por vivir.

Conviene en estos tiempos preguntarse, qué hace tan enigmático al cine, por qué su sola presencia puede multiplicarse o replicarse en miles o millones de veces más (porque es sabido que en la India se llegaron a producir un millón de películas cierto año), incluso por qué su efecto aleccionador puede ser superado película tras película, en el mismo contexto cultural o en distinto.

El cine es un lenguaje del que las naciones y sus artistas se valen para cubrir vacíos, satisfacer necesidades e identificarnos con los demás. Por el cine queremos odiar, amar, perdonar. Por el cine encontramos las millones de formas del odio, del amor y del perdón. Su magia radica en la oscuridad de su proyección; su valor, al ser hecha por seres humanos.

Ni de naturalezas ni de historias, el cine viene creciendo. Internacionalmente las sociedades han venido instaurando filtros a las producciones bajo festivales, premios y encuentros; donde destaca, el cine independiente. En nuestro país, el cine se ha venido desarrollando a través del negocio de la proyección, rescatando considerablemente el cine comercial. La producción viene desarrollándose lenta y notablemente a la vista del mundo. Mientras tanto, los pequeños espacios culturales, los ciclos de cine y los homenajes; van atrayendo la atención de los sublimes amantes de la oscuridad y las cintas.

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