viernes, 12 de febrero de 2010

Arquitectura


Para los hombres que proyectaron sobre el terreno, para quienes insistieron frente a la naturaleza con la creación de sus lápices, la inmortalidad de sus obras y la gratitud de sus ocupantes; ya es mucho. El artista de la arquitectura no nace por profesión, se hace. Su contribución puede ir desde una idea embellecedora, hasta una edificación tan real como su imaginación.

La puesta al arte en la arquitectura, busca que el espacio pueda ser utilizado y acondicionado sabiamente. Las noches y los planos se encargarán del resto. A diferencia de ellos, a nosotros se nos ha reservado el derecho de vivir u ocupar las estructuras. Un artista en cambio, puede modificar, rehacer y acondicionar; todo cuanto su esfuerzo y conocimiento se amolde a su capacidad inventiva.

En nuestro paso por el mundo, el silencio y el clima del paisaje muchas veces burla el nombre del artista arquitecto. Ahí radica una de sus pocas injusticias, el poco o casi nulo reconocimiento que puede llegar a tener. Unos planos que han preservado el universo creativo y técnico del artista y su firma, puede reposar olvidado en un rincón, como ignorando de presupuestos y ejecutores.

Mas para eso se viene valiendo de varios estudios como el diseño de interiores, el territorio y el urbanismo. Internacionalmente la arquitectura goza de maravillas vivas, que vienen cumpliendo su función para con la sociedad, de la mano de la estética con la naturaleza. Los profesionales vienen cultivando ese arte con mucha inquietud, participando en grandes conferencias de renombrados arquitectos y estudiando con admiración distintos estilos a manera de manejar influencias y soportes a sus creaciones. En nuestro país, la crisis del urbanismo, el centralismo y el crecimiento de la población, viene limitando el trabajo artístico, dando paso al diseño técnico y estandarizado. Pero de hecho, el afán por tener algo de los grandes aún existe en estos artistas anónimos pero activos.

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