martes, 26 de octubre de 2010

Escultura

Bien podríamos decir que esta es una de las más solitarias expresiones artísticas. Muchos hombres de conocido prestigio e importancia histórica, como Leonardo da Vinci, han mantenido esta afición como algo complementario. Sin embargo esta expresión nos trae dos importantes reflexiones: La imaginación, la paciencia y el valor de la obra.

La imaginación bien la pudo ilustrar Esopo con su fábula del León y el hombre, quien bien sugiere que por qué los primeros no fueron destinados a ser escultores. Es que la imaginación es propia del ser humano. La imaginación visualiza más de la cuenta, la imaginación proyecta y finalmente el ser humano es el que quita esos restos, como bien lo dijo el gran Miguel Angel.

Un trabajo paciente como este, demanda de sus artistas toda la templanza posible. Demanda una de las más grandes virtudes del ser humano. Obviamente todo esfuerzo paciente trae sus beneficios. Es así que la paciencia se convierte en una aspiración u afán de protección. En una búsqueda y en una intención para el artista.

Es así que la obra surge y transcurre. Es así que la belleza queda a relucir finalmente. Sea de piedra, de madera o de cualquier otro elemento; corresponde ahora al tiempo y al cuidado humano el de preservarlo por cuantiosas décadas. Y es que el valor de la obra más que en su belleza, recae en su sola presencia. Una presencia solitaria que con la compañía del silencia y del espacio, forma junto a su contexto un nuevo paisaje.

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