jueves, 24 de junio de 2010

Placebo : Crónica de una crucifixión


Martha nunca olvidará ese feliz veinte de diciembre cuando cansada de responder con la centesima carita feliz seguida del hola a sus amigos, viera en un banner el anuncio del concierto de Placebo. ¿Era la banda que ella estaba pensando? ¿The Bitter End , Every me Every you? Era la primera noche que por la emoción, olvidaba festejar con una pitada a su cigarrillo.

Martha y sus amigos , Martha inmortal junto a sus europeos felices llevándose los cuarenta dólares de su entrada, total ella esperaba ese día de abril misma leona a un antílope cojeando. Martha en el Monumental, la monumental Martha exponiendo sus trenzas de Indie subida de peso a miles como ella.

Para Martha la historia nunca fue Pizarro, ni el Pirata que asaltó el Callao porque suponía que en el Perú habían puros cholitos y no chapetones; para Martha la historia era Placebo. Dejaría atrás sus noches en el Yakana, sus madrugadas traficantes en el etnia o sus pasos alcohólicos por el ekka. Ahora ella sería parte de un nuevo futuro en el país; con la gratitud del caso a la congresista que innovó con la ley y el reggaetón.

Para Martha los meses pasaron como días felizmente. Sus amigos la dejaron con las ganas. Se fueron a ver a la banda de Jonathan Davis. Tan bien le va al Perú que en el mismo día se enfrentan dos tiranosaurios sin patria. Para Martha que sale rauda de su Unidad Vecinal 3 y se come el tráfico de medio Lima, le es más fácil vivir la aventura que con esos atorrantes que decían ser sus amigos. Llega a ATE ve a unos cuantos gatos con chalecos negros, preguntando con sus nextel cómo iba lo de Korn. Martha entra con miedo, escucha una, dos de esas canciones aburridas de Brian Molko (no viene aún The Bitter End) Por fin llega su canción esperada, alguien la empuja por detrás; ella sabe que es gordita y que nadie tendría ganas de jugarle así. Termina el concierto y emprende el camino a casa, el largo via crucis de su historia del Perú.

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